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Esta
versión de El
príncipe durmiente,
la conocida comedia de Terence Rattigan (más conocida
aún con el título El príncipe
y la corista, con el que fue llevada al cine), se
estrenó el 24 de mayo de 1957 en el Teatro Recoletos
de Madrid, y permaneció en cartel hasta el final
de la temporada. Tras el verano, la comedia volvió al
Recoletos “a petición del público” (Madrid 21
sep. 1957), lo que corrobora la buena acogida que la sociedad
madrileña dispensó a esta obra. En total,
fueron aproximadamente ciento ochenta las representaciones
que llegaron a realizarse en este teatro madrileño
(a un ritmo de dos funciones diarias), por lo que puede
hablarse de un éxito en toda la regla, que aún
se prolongaría durante el verano del 58, en que
el montaje viajó a Barcelona con algún cambio
fundamental en su reparto (como la sustitución de
Enrique Diosdado por Guillermo Marín en el papel
del protagonista masculino).
La comedia de Terence Rattigan
había alcanzado cierta
notoriedad en nuestro país debido al conocimiento
de su éxito fuera de España y a los fotogramas
que habían llegado a algunas revistas de la película
protagonizada por Laurence Olivier y Marilyn Monroe en
ese mismo año de 1957, película que produjo
y dirigió el propio Olivier (quien la había
protagonizado cuatro años atrás, en 1953,
en un teatro de Londres). La operación de estrenarla
en España era apostar por un éxito seguro,
sobre todo cuando el resto de los componentes del espectáculo
eran igualmente valores asegurados: unos actores incuestionables
tanto en los papeles protagonistas como en los secundarios
y una adaptación realizada por un comediógrafo
del éxito y la reputación de Ruiz Iriarte.
El príncipe durmiente insiste
sobre el tópico del príncipe
que se enamora de una plebeya, en este caso, una actriz
que interpreta una revista musical
en un teatro de Londres. La acción
transcurre en 1911, en la embajada
(o mejor dicho, en la legación)
londinense de un pequeño
país centroeuropeo llamado Eslavia, durante las
horas anteriores y posteriores a la coronación del
rey de Inglaterra. El Regente de Eslavia (que en esta versión
interpretó Enrique Diosdado), unido a su esposa,
la Gran Duquesa de Eslavia (Amelia de la Torre) únicamente
por intereses políticos, invita a cenar a Mary Morgan
(Mary Carrillo), una hermosa actriz en quien se fijó durante
una representación teatral, siguiendo
una vieja costumbre de flirteos ocasionales con los que
anima su aburrida vida matrimonial sin que su despistadísima
esposa parezca darse cuenta. En un primer intento, el Regente
procurará seducir a Mary de forma más
o menos convencional, pero ante su rotundo fracaso recurrirá,
esta vez con éxito, a la estrategia de la compasión,
al decirle que es un “príncipe durmiente” que
espera el beso de una muchacha que le enseñe lo
que es el amor, experiencia que a sus cuarenta y tantos
años aún no ha conocido. Ella queda rendidamente
enamorada y se dormirá felizmente, tras haber bebido
varios vasos de vodka. A partir de este momento, él
quedará decepcionado e intentará por
todos los medios que Mary se marche a la mañana
siguiente, pero primero gracias a la complicidad de la
Gran Duquesa (con la que asistirá a la
coronación en calidad de dama de compañía)
y después
a la del Rey Nicolás, hijo del Regente (con quien
asiste al baile de la coronación), ella conseguirá permanecer
en la legación
hasta el último momento, antes de que el Regente
parta para Eslavia. La presencia de Nicolás dará oportunidad
a Mary de conocer las desavenencias entre padre e hijo
en temas políticos, y las intrigas
del Rey contra el Regente. A lo largo de los tres días
en que transcurre la acción dramática, el
Regente irá cambiando de actitud
hacia Mary hasta quedar enamorado de ella, y así corroborar
que lo que parecía una estrategia llena de cinismo
tenía un fondo de verdad:
necesitaba conocer el amor y la ternura, y lo ha conseguido
gracias a ella. Está dispuesto a llevarla con él
a su país y no separarse
de ella nunca más, pero Mary prefiere preservar
su independencia y finalizar su contrato con el teatro,
para lo que aún le faltan varios meses, por
lo que queda por saber si al cabo de ese tiempo se volverán
a reunir o no.
Por lo que se refiere a su recepción,
se diría
que nos encontramos ante una comedia que gustó más
al público que a la crítica, si bien esta última
la trató igualmente con respeto y alabó el
trabajo de los profesionales que habían participado
en su estreno. De la buena acogida del público la
noche del estreno daba testimonio en su columna Alfredo
Marqueríe: “Se rieron frases y situaciones.
El público aplaudió mucho. El telón
se levantó con insistencia” (ABC 25
mayo 1957). Igualmente, Adolfo Prego escribió:
El príncipe durmiente es
una de esas comedias que reúnen
todos los factores para un gran éxito. El de anoche
fue indudable. Menudearon los aplausos. El telón
se alzó innumerables veces y el público,
que asistía a esta primera representación
de carácter
privado, se mantuvo en las butacas en una demostración
de que la pieza había sido verdaderamente de su
agrado. (Informaciones 24
mayo 1957)
En las críticas del momento
encontramos elogios que se refieren sobre todo a la labor
de sus intérpretes,
y especialmente a la de sus protagonistas, pero también
a la del director, el adaptador y al buen oficio de su
autor. Lo que no gustó tanto era la materia prima
sobre la que se había construido el texto de la
obra, un tema al que se tildó de tópico en
exceso y un tratamiento al que se calificó de frívolo
sin más, si bien los propios columnistas que hacían
estas observaciones matizaban sus críticas y encontraban
justificado el éxito de esta comedia. Así,
por ejemplo, Adolfo Prego (Informaciones 24 mayo
1957) resaltó lo tópico del tema y se mostraba
extrañado del éxito mundial de una obra que
partía de una materia prima tan trillada:
Es más
bien un tópico ideal que ha encontrado
muchas expresiones teatrales y novelescas, y siempre con
la general aprobación. Se trata, una vez más,
de los amores de un príncipe y una señorita.
El príncipe es, en este tipo de fábulas,
el tipo invariable. La señorita puede ser una modista,
una huerfanita… Rattingan escogió a una corista
de las que en 1911 levantaban la pierna en cualquier espectáculo.
Dicho esto, el lector se preguntará cómo
es posible que con esa materia prima pueda una comedia
lograr fama mundial.
No obstante, el propio crítico
justificaba este éxito
gracias al talento teatral de Rattigan y al propio tema,
que en su opinión ofrecía al público
la sensación de reparación de una injusticia:
Si
un príncipe se casa con una princesa, el hecho
apenas trasciende. Pero si el príncipe desciende
de su carroza ante la casa de una mecanógrafa y
se la lleva en volandas a palacio, los ojos de infinidad
de hombres y mujeres se llenan de lágrimas de gratitud,
porque tal vez creen que se ha reparado, al menos simbólicamente,
una injusticia. Con solo ese asunto, nadie puede esperar
razonablemente un éxito teatral. Terence Rattigan
lo ha cocinado con una salsa de probada eficacia: el
talento teatral (no el talento literario en abstracto,
sino el talento teatral).
Como se dijo, esta comedia fue tildada
de frívola;
no obstante, Torrente Ballester encontraba justificado
este tratamiento precisamente por la necesidad de diversión
que tenía el público en un mundo “que
ofrece pocas ocasiones a la risa”:
El juicio sobre El
príncipe durmiente,
la comedia de Rattigan estrenada anoche en el Teatro
Club Recoletos, depende de que se acepte o no el derecho
a expresar, en arte, la frivolidad. Me creo eximido de
aducir aquí las
razones por las que reconozco ese derecho, aunque una de
ellas convenga no olvidarla: me refiero a la necesidad
de reír, de entretenerse, de divertirse de cuando
en cuando. Y como el mundo en que vivimos ofrece pocas
ocasiones a la risa, y el arte que nos expresa, más
que a lo serio, tiende a lo trágico, una canita
al aire libre, una amable pirueta, se agradece, como agradece
el cansado el vaso de buen vino bajo el frescor del haya –o
de lo que sea–. Si uno padece del hígado,
deplora el vaso, por sus efectos, después de haberlo
bebido; y si uno padece de trascendentalismo, deplora también
la risa, pero después de haber reído. Vistas
las cosas con la necesaria perspectiva y el tiempo suficiente,
resulta al final que la risa y el tinto eran absolutamente
necesarios para el buen equilibrio del organismo, a pesar
del hígado y de la seriedad. (Arriba 25
mayo 1957)
Mucho más severo fue el crítico
de La
Vanguardia en su estreno barcelonés, quien
calificó a la comedia de “monumento de trivialidad”,
y añadió que su trama “es baladí,
tan baladí como el asunto de una opereta de poco
más o menos” (La Vanguardia Española 17
jul. 1958). Lo que para este crítico resultaba objetable,
no lo era para Alfredo Marqueríe, para quien la
pieza se inscribía claramente en el género
de la farsa ligera, y no había que juzgarla “fuera
del propósito que la anima, y que no es otro sino
el de poner en práctica una especie de virtuosismo:
ver hasta dónde se puede llegar en el terreno del
vodevil y de la opereta sin música” (ABC 25
mayo 1957). En líneas generales, puede decirse que
los críticos madrileños coincidieron en destacar
su buena factura y su eficacia teatral, aunque también
comentaron su falta de ambición. Tal vez la opinión
de Adolfo Prego condense de algún modo la acogida
que se dispensó a esta comedia: tras comentar los
aplausos del público, este crítico quiso
matizar que su opinión como crítico, sin
ser negativa, tampoco era entusiasta: “El crítico
cree que se trata de una obra amable, de una obra graciosa.
Nada menos, pero tampoco nada más” (Informaciones 24
mayo 1957).
Por lo que se refiere a la labor
de Ruiz Iriarte como adaptador de esta comedia, en líneas
generales, las críticas
fueron positivas. Entre los comentarios, encontramos el
de Torrente Ballester, quien señaló que “su
mano se advierte en muchos pasajes de El príncipe
durmiente” (Arriba 25 mayo 1957),
o el de Alfredo Marqueríe, quien escribió que
la comedia había sido “adaptada con muy graciosas
aportaciones que refuerzan la comicidad de la obra” (ABC 25
mayo 1957). En la crítica de Prego, por algún
error, no se aludía a la adaptación, si bien
al día siguiente el crítico subsanó esta
equivocación señalando que “Ruiz Iriarte
aportó al gran éxito logrado por El príncipe
durmiente su fino ingenio y su gran conocimiento
de nuestro público” (Informaciones 25
mayo 1957). También en lo referente a este aspecto,
era el crítico de La Vanguardia de Barcelona,
Martínez Tomás, quien se mostraba más
severo hacia la labor del adaptador: “el celebrado
autor ha regateado tanto las muestras de su ingenio que
apenas si se advierte su huella en cuatro o cinco chistes
que llevan su marca y en algunas frases del diálogo” (La
Vanguardia Española 17 jul. 1958). Este mismo
diario, sin embargo, refiriéndose al estreno madrileño,
publicó una columna de José Antonio Bayona
en la que este afirmaba que “la adaptación
que Ruiz Iriarte ha hecho sobre la traducción de
Diego Hurtado respeta los tonos del humor británico
que, como sabemos, gusta en el continente tanto como en
la propia Inglaterra” (La Vanguardia Española 25
mayo 1957). Si, por una parte, Ruiz Iriarte se atrevió a
presentar en escena al personaje de la esposa despistada
que de algún modo consiente las aventuras extramatrimoniales
de su marido, tal y como lo había concebido Terence
Rattigan (a diferencia de los artífices de la versión
cinematográfica, que sustituyeron a este personaje
por el de la suegra del Regente, dando a la esposa por
fallecida y evitando así cualquier posible roce
moral), por otra, convirtió la noche de amor de
la pareja protagonista que tiene lugar hacia el final de
la obra (y que sí queda sugerida en la película)
en una divertida escena en la que el Regente se queda dormido
(final del Acto ii, cuadro segundo), en lo que sin duda
debió influir el fantasma de la censura franquista.
Pero sin duda lo más aplaudido
por la crítica,
tanto madrileña como barcelonesa, fue la labor de
los intérpretes, sobre todo en lo referido a su
protagonista femenina, Mary Carrillo –de quien se
dijo que la “encarnó con encanto y expresión
deliciosos” (ABC 25 mayo 1957)– y
a Amelia de la Torre, a quien el público aplaudió en
uno de sus mutis y de quien se dijo que “creó un
tipo humorístico de comicidad arrebatadora” (ABC 25
mayo 1957). También fue muy elogiado el trabajo
de Enrique Diosdado, así como el de los personajes
secundarios de la comedia, especialmente de Carmen Seco
y Gracita Morales. El resto de los elementos de la representación
también merecieron la aprobación general.
Las fotos que publicó en su día la revista Teatro (“Reportaje…”)
muestran un decorado y un vestuario acordes con el lujo
y la suntuosidad del ambiente que refleja la comedia y
que sin duda no defraudarían al público del
Recoletos.
Es muy probable que el éxito
de El
príncipe
durmiente contribuyera a hacer de Rattigan un autor
de moda en España durante algún tiempo. Por
las mismas fechas, el Teatro Nacional de Cámara
y Ensayo estrenó El chico de los Winslow,
con dirección de Modesto Higueras. En marzo de 1958
la compañía de María Asquerino y Fernando
Granada volvería a reponer este título en
el Teatro Reina Victoria de Madrid. En el verano también
del 58 se montaría Alejandro Magno en el
Teatro Griego de Barcelona, y al año siguiente se
estrenaría ¿Quién es Silvia? en
el María Guerrero, con dirección de Claudio
de la Torre. Desde entonces y hasta 1970 no volvemos a
tener noticia de ninguna representación de este
comediógrafo en nuestro país, pues lo cierto
es que durante los tres años comprendidos entre
1957 y 1959 su número de estrenos y la importancia
de las compañías que lo representaron lo
convirtieron en una especie de fenómeno pasajero,
si bien hay que decir que ninguno de sus estrenos madrileños
de estos años obtuvo el éxito de El príncipe
durmiente en la versión de Ruiz Iriarte.
En
septiembre de 2002 la comedia de Rattigan volvió a
representarse en España, esta vez adaptada por Vicente
Molina Foix (quien mantuvo el título de la versión
cinematográfica), producida por el empresario Enrique
Cornejo. Permaneció en Madrid durante tres meses,
para después realizar una notable gira. El público
siguió siendo fiel a esta comedia, pero la crítica
apenas le prestó atención, tal vez por considerarla
un producto meramente comercial. Para el gusto dominante,
la hora de este teatro había pasado, aunque una
vez más se evidenciaba el desfase entre este y el
gusto de un importante sector del público.
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Obras
citadas: |
“Reportaje
gráfico: estreno en el Teatro Recoletos. El
príncipe durmiente,
de Terence Rattigan” Teatro 22
(abr. jun. 1957): 33 35. |
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Estrenar
en España 'El príncipe durmiente' era apostar
por un éxito seguro. Los
componentes de la comedia eran valores
asegurados: unos actores incuestionables y una
adaptación realizada por un comediógrafo
del éxito y la reputación de Ruiz
Iriarte. |
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ARCHIVO
DE PRENSA, EN PDF |
(procedente
de la Fundación Juan March) |
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